Después de realizar tres activiades diferentes durante el día para conseguir algo de dinero, Ernesto sufre la soledad de ser un inmigrante más en Estados Unidos abatido por el esfuerzo diario y a miles de kilómetros de su lugar de origen.
“Cada noche cierro mis ojos y pienso en mis hijos, en lo que harán, en lo que habrán comido, y lloro”, dice Ernesto en una entrevista, vía telefonía digital y con la voz entrecortada, al tiempo que pide no revelar su apellido pues trabaja ilegalmente en el país del norte y no tiene el dinero suficiente para formalizar su situación o contratar un abogado de inmigraciones que lo oriente en el tema.
En Bogotá, sus tres pequeños hijos y su esposa, Ana, lo saludan a través de la pantalla de una computadora, la cual se convirtió desde hace tres años en la única forma de ver cada semana a sus seres queridos.
Desde que emigró de Colombia y llegó a Estados Unidos, vía México, Ernesto se ha ocupado en cuanto oficio ha podido para ganar dinero. Lavó platos, limpió casas, autos y ahora arregla las viviendas de un vecindario en un pueblo perdido del oeste estadunidense.
Pese a su ya largo periplo en ese país extraño, aún no habla inglés, aunque ya sabe algunas palabras en “spanglish”, el método de comunicación que poco a poco se hace más popular en esta región del mundo llena de latinos.
Ernesto tiene 34 años y un único objetivo: conseguir dinero para alimentar y educar a sus hijos Juan Pablo, Lizeth y Esteban.
“Gasté todos mis ahorros para llegar a Estados Unidos y cuando llegué conseguí trabajo cuidando una pareja de ancianos, pero eso se acabó y ahora hago lo que sea”, indicó visiblemente cansado a través de un sistema telefónico gratuito por internet.
“Trato de no durar mucho tiempo en una parte porque como no tengo papeles la policía me puede detener y deportarme. Siempre tengo temor por eso”, dijo este hombre, quien se desempeñaba como carpintero en Colombia.
Ana cuenta que cada mes Ernesto le envía dinero a su casa y que incluso le ha llegado a mandar hasta mil dólares en un buen momento de trabajo, “pero también hubo meses de apenas 50 dólares (unos 100 mil pesos colombianos actuales)”.
“Es un sacrificio muy grande, tan grande que ni mi propia familia lo imagina, pero no me importa, porque estoy seguro que este esfuerzo asegura un mejor futuro para mis hijos”, dijo este romántico soñador, quien representa la lucha por el llamado “sueño americano”.
Ernesto, al igual que unos 25 millones de latinoamericanos y caribeños, salió en busca del sueño de progresar que alimentan las naciones industrializadas con bajas tasas de natalidad y creciente demanda de mano de obra.
Los migrantes representan para los países latinoamericanos unos 50 mil millones de dólares en remesas al año, mientras que Colombia espera que en 2011 se completen unos cuatro mil 500 millones de dólares, cifra muy importante para luchar contra la pobreza.
Sin embargo, el costo en calidad de vida de los inmigrantes es muy alto, sobre todo porque se encuentran lejos de su entorno y rodeados de una constante y terrible sensación de soledad.